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¡Feliz día del Profesor!

En el mes de octubre destacamos la labor de docentes con la historia de una fotografía que recuerda la labor de quienes formaban a las futuras profesoras en la Escuela Normal Rural de Ancud.

16 de octubre de 2013

Desde diversos parajes del sur de Chile, llegaban a esta ciudad niñas y niños que soñaban con ser educadores. Desde el año 1931, los estudiantes compartían el día a día en este centro educacional que en un principio funcionó en las dependencias del Liceo de Humanidades de Hombres y luego se instaló en un gran terreno de la Armada.

Lo que diferenciaba a esta escuela normalista era su acento en los aprendizajes relacionados a la vida rural, coherente con el espacio en el que se vio inserta. Así, alumnos y alumnas aprendieron a sembrar y cosechar verduras y frutas que luego se convertían en la base de su alimentación, dentro de sus cursos se encontraba también la crianza y cuidado de animales de granja. Estos conocimientos eran la base de su vida profesional como profesores humanistas y rurales.

A pesar de los múltiples obstáculos que debían sortear, producto de la geografía del lugar, estudiantes y profesores recuerdan con cariño esta etapa de sus vidas: el canto junto a un piano, los bailes y revistas de gimnasia eran solo algunas de las actividades extra curriculares que desarrollaron. El gran movimiento que este recinto realizó hizo mella en todo el pueblo, así lo declara Manuel Oyarzo: "Ancud era el centro cultural de toda la región".

La cotidianidad construida entre estudiantes y profesores, muchos de ellos internos, forjó relaciones de gran amistad entre ambos. Elvira Navarro, estudiante, relata: "la vida para nosotras era diferente, terminaba la clase y los profesores se quedaban en la sala, éramos amigos. Habían hombres también y ninguno se retiraba inmediatamente de la sala."

Otra particularidad de este recinto era su carácter mixto, hombres y mujeres, estudiantes y profesores compartían este espacio. Eso sí, para los profesores esto significó manejar ciertas áreas del quehacer que para aquellos años no tenían mayor raigambre en hombres, como recuerda Manuel Oyarzo: "humildemente aprendí a bordar en la Escuela Normal, porque allí nos enseñaban de todo, a hacer fuego para hacer la comida uno, a tejer".

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