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Especial
Ilda Cofré Troncoso con su hija recién nacida en brazos. Junto a ellas se encuentra la partera que asistió el nacimiento. Año 1940. Donada por Gladys Ríos Cofré.

Nacer en casa

Es habitual vincular el momento del nacimiento con un hospital, sin embargo, muchas personas fueron recibidas en su hogar por su madre y una partera.

El nacimiento y el cuidado del recién nacido y su madre fueron temas centrales para el desarrollo de la medicina y la definición de políticas públicas en materia de salud. Actualmente, es casi indiscutible el valor y la necesidad de los controles y seguimiento a la mujer embarazada. Tampoco se cuestiona que todo buen parto debe realizarse en un hospital con un equipo médico especializado, que resguarde la salud de la madre y el hijo. Pero esta es una realidad reciente.

Al menos hasta mediados del siglo XX, muchos de los nacimientos que se producían en sectores rurales o alejados de los centros urbanos, eran acompañados por mujeres que recibían el nombre de parteras. "Había que buscarlas y llevarlas para la casa para que vieran a los niños. Parían así, a grito pelado no más, nunca más mamita (pero) no terminaban de gritar y ya estaban otra vez embarazadas", señala Raúl Jofré, vecino de Monte Patria.

Las parteras adquirían de sus madres y abuelas este saber que ayudaba al buen nacer. En esta tarea utilizaban hierbas, ungüentos, compresas, agüitas y ceniza, elementos que buscaban disminuir el dolor sin obstaculizar el alumbramiento. .

María Elena Naguil, hortalicera y artesana de Caulín, a sus 77 años recuerda el nacimiento de sus hijos: "Uno (sic) sufría igual, pero siempre uno caminaba, así que tanto dolores no tenía. No como cuando se iba al hospital y ahí todo el día lo tenían botado hasta tener su guagua, y sin poderse levantarse, así más enfermo quedaba uno".

La naturalidad del parto

En este contexto rural, de familias numerosas y de intenso trabajo cotidiano en el campo o en el mar, el embarazo se vivía con gran naturalidad y las mujeres continuaban con sus quehaceres habituales hasta que comenzaban las contracciones.

En Chaicura, la pescadora artesanal Natividad Soto, cuenta que su hijo Verti "casi nació en el mar, allá abajo en Mallueco. Andábamos sacando los pejerreyes y yo igual no más sacaba red y sacaba pescado. No tenia flojera, no tenía miedo, no tenía nada".

En esas circunstancias la sorprendió el parto y al no poder contactar a la partera a tiempo confió en sus propios instintos y certezas para traer a su hijo al mundo. Recuerda que "trabajando estaba, y en eso me viene lo mismo, si apenas me podía agachar por mi estómago. Y cuando subí la cuesta donde nació el Verti, llegué a la casa y ¡ajuera chica!".

El trabajo de las parteras

Si bien estas matronas no contaban con estudios formales, poseían protocolos claros para el tratamiento del parto, el manejo del dolor, el cuidado de la madre y el hijo, y seguían un conjunto de directrices que fueron construyendo a partir de la experiencia. Por ejemplo, "para los dolores y para que llegue más pronto la guagua daban orégano con una cucharada de aceite y le ponían (a la madre) un cuero acá abajo, de esos de oveja", recuerda María Elena Naguil.

Este momento era acompañado por rezos y oraciones que pedían por el bienestar de la madre y el recién nacido, entendiendo que la sola sabiduría de la parturienta y la partera no bastaban para un buen resultado. La intervención divina era una variable más en ese momento, como señala Otila Chávez, dueña de casa de Chope: "usted sufría así hasta venir la guagua, si dios quería nacía y si no, se moría igual, ese era el cuento".

Imágenes, videos y documentos

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